[玻利维亚]加布里埃尔·查维兹·卡萨佐拉诵读原创诗歌《无人生还,从来,没有》

[玻利维亚]加布里埃尔·查维兹·卡萨佐拉诵读原创诗歌《无人生还,从来,没有》

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加布里埃尔·查维兹·卡萨佐拉(Gabriel Chávez Casazola)

1972年生于玻利维亚。诗人、记者,被誉为“当代最不可或缺的玻利维亚及拉美诗人之一” 著有六部诗集:《通明水域》 (2010年玻利维亚)、《清晨,园丁纷至沓来》 (2013年厄瓜多尔、2014年玻利维亚) 及《太阳的增殖》等 (2017年哥伦比亚、2018年智利)。出版诗选包括《欧律狄刻之足》(2014年哥伦比亚)、《汤之歌》 (2014年厄瓜多尔)、《雾室》(2014年阿根廷、2015年玻利维亚、2017年哥斯达黎加)、《雨中的纸飞机》 (2016年西班牙)、 《泥与光》 (2017年墨西哥)及创意折纸书《诗五卷》 (2017年墨西哥)。近日在欧洲出版两部双语诗集:意大利RaffaelliEditore出版社《后院之歌》 (2018)(Emilio Coco译)和法国Al Manar editions出版社《幽灵速度》 (2018)(Jean Portante译)。其著作被翻译为英语、法语、意大利语、葡萄牙语、希腊语、俄语、罗马尼亚语、加泰罗尼亚语等。曾赴南北美洲及欧洲各地参加诗会及诗歌节,获“玻利维亚文化荣誉勋章”及“年度最佳图书编辑奖”,并获西班牙“费尔南多·里洛悬疑世界诗歌奖”提名。曾任“圣克鲁兹国际诗歌集市之国际环城诗歌大会”负责人、文学杂志《ElAnsia》联合编辑、玻利维亚圣克鲁兹私立大学(UPSA)创意写作教授。主编诗选《Agua Ardiente》(Plural Editores出版社)及主持诗歌创作工坊“绿色光焰”。



无人生还,从来,没有

[玻利维亚]加布里埃尔·查维兹·卡萨佐拉

殷晓媛 译


无人生还,从来,没有

——卡洛斯·莫西亚诺

 

某座房子里,下午时光落在纸页和橡皮擦之上

一盒蜡笔被尘埃覆盖

又从尘埃下透出,当光线掀起它虚假的微粒帆布罩,或小心翼翼放下,它面对的是饱和的寂静

它们停止聆听那空气的沙沙作响

当一个女人的嫩白纤手握住蜡笔,在同样的光线中画着螺旋线

 

当不在场攫住这房子并把它分成若干份,让它弥漫陌生气息

将它准备好接受必将到来的摧毁,某种程度上也是美学的摧毁

——在种种声称反对她的战争中

美总是最先还是最后阵亡?——

 

当一张泛黄的纸挂在桌边,似乎将自己作为命运钦定选项祭出 

——命运能否与它的画框天衣无缝——

被转换成极简事物的组成物质:一篮西红柿或水果

一个带着忧郁猫的金发女孩 

杏树林间舒展的沟渠,与树枝后翎羽状升起的炊烟

面向人群,它们勾勒出一位年老女人的面庞,她倾听

更有可能,期待着听到某些声音

 

当她的期盼还在时光中、在纸张雪白的毛孔中悬而未决

在寂静之处,一声低吟的急切沉重而带着蓝调,似乎应该伴随有一支烟羽的舒展

在嘹亮中冷凝

——悖论的是,在这里听不到

人造物件所产生的美,和升起的祈愿——

比如,当四点正的火车经过时,只有一股烟与低吟

而现在甚至两者皆无

只有一张女人面孔,期待听到它的到来

 

嫩白纤手画出素描中冰封的面孔 ,这只手已不常触碰纸张或蜡笔

被尘埃的虚假纹理覆盖又露出,在这被分割的房屋中

画像中的女人等候着已毫无希望但又似乎近在眉睫的事件,例如四点正火车的到来

遥遥无期地仿佛正接近某座城市,当下午时光落在纸页和橡皮擦、一个空筐和一些干枯的树木上

 

当美执意等待

——那是烟雾的盛宴——

像晚餐前,永不衰弛的女孩

在沟渠与杏树林间与猫玩耍

 

当一条螺旋线证实着美的流逝:在描摹的手和等待的耳朵之间

 

为寂静与试图捕捉的急迫所充斥

——但我失败了:回忆是否会与一幅肖像合辙?——一些沉重而带着蓝调的低吟

有一次我看到一个孩子

坐在你膝盖上,母亲

 

(殷晓媛 译)



Nadie regresa a nada, nunca, nadie
 
Nadie regresa a nada, nunca, nadie
Carlos Murciano
 
 
Mientras en cierta casa la tarde se precipita sobre unos papeles, 
una goma de borrar, 
una caja de lápices de cera que el polvo 
cubre y descubre, según la luz agita su tela falsa de partículas 
o se retira, cautelosa, ante tanta quietud, 
pues han dejado de escucharse los pasos 
como hechos de aire 
de la mujer que empuñaba con una mano fina y láctea esos lápices 
bajo esa misma luz y trazaba una voluta;
 
mientras la ausencia se posesiona de aquella casa y la hiende, 
la surca de extrañezas, la prepara 
para su definitiva demolición que de algún modo es la demolición de la belleza
—¿es la belleza la primera o la última en morir en        
todas las guerras que se declaran contra ella?—;
 
mientras uno de aquellos papeles ya amarillos todavía cuelga de la mesa 
como proponiéndose para ser elegido al azar 
—¿cabrá el azar en un cuadro?—
y convertido en piel de una de tantas cosas simples: 
un cesto de tomates o de frutas, 
una niña rubia con un gato hosco, 
la acequia que se reparte entre los albaricoques 
y muy a menudo un penacho de humo tras las ramas, 
ante las que se recorta el rostro de una anciana que escucha, 
o mejor, que espera escuchar;
 
mientras la expectación de aquella anciana mantiene suspendido el tiempo
en las esporas del papel en blanco, 
en la zona en que el papel es silencio e inminencia del quejido grave y azulado
que debería acompañar al penacho de humo, 
condensación sonora 
—y aquí, paradójicamente, inaudible— 
de la belleza que pueden producir los artefactos humanos, 
de las evocaciones que pueden suscitar, 
cuando, verbigracia, pasa el tren de las cuatro 
y de él solo se saben el humo y el quejido 
y ahora ni tan siquiera eso, 
solo el rostro de una mujer que espera oírlo llegar,
un rostro detenido en un cuadro por unas manos lácteas 
que tampoco visitan ya el papel ni frecuentan los lápices de cera, 
que han quedado cubiertos y descubiertos solo por la tela falsa del polvo,
en una casa hendida;
mientras la mujer del retrato espera que ocurra un algo ya imposible 
pero a la vez para siempre inminente, como el arribo del tren de las 
cuatro, 
indefinidamente a punto de llegar a cierta ciudad en que cae la tarde sobre unos papeles, una goma de borrar, un cesto vacío, unos árboles 
   secos;
 
mientras la belleza todavía se obstina en dejarse aguardar
—concierto de humo—
como una eterna niña que jugara con gatos
allí entre las acequias y los albaricoques, antes de la merienda;
 
mientras una voluta testimonia en silencio aquella belleza extraviada 
entre la mano que traza y el oído que espera;
 
yo
todo silencio e inminencia también
trato de recordar
—pero no puedo: ¿cabrá la memoria en un retrato?—
aquel quejido grave y azulado
que alguna vez 
de niño oyera
sentado sobre tus rodillas, 
madre. 

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