(Sección 6)
Hecho esto,comieron lautamente; repartióse el dinero prometido con equidad y justicia;renováronse las alabanzas de Andrés, subieron al cielo la hermosura dePreciosa. Llegó la noche, acocotaron la mula y enterráronla de modo que quedóseguro Andrés de ser por ella descubierto; y también enterraron con ella susalhajas, como fueron silla y freno y cinchas, a uso de los indios, que sepultancon ellos sus más ricas preseas.
De todo lo quehabía visto y oído y de los ingenios de los gitanos quedó admirado Andrés, ycon propósito de seguir y conseguir su empresa, sin entremeterse nada en suscostumbres; o, a lo menos, escusarlo por todas las vías que pudiese, pensandoexentarse de la jurisdición de obedecellos en las cosas injustas que lemandasen, a costa de su dinero.
Otro día les rogóAndrés que mudasen de sitio y se alejasen de Madrid, porque temía ser conocidosi allí estaba. Ellos dijeron que ya tenían determinado irse a los montes deToledo, y desde allí correr y garramar toda la tierra circunvecina. Levantaron,pues, el rancho y diéronle a Andrés una pollina en que fuese, pero él no laquiso, sino irse a pie, sirviendo de lacayo a Preciosa, que sobre otra iba:ella contentísima de ver cómo triunfaba de su gallardo escudero, y él ni más nimenos, de ver junto a sí a la que había hecho señora de su albedrío.
¡Ohpoderosa fuerza deste que llaman dulce dios de la amargura (título que le hadado la ociosidad y el descuido nuestro), y con qué veras nos avasallas, y cuánsin respecto nos tratas! Caballero es Andrés, y mozo de muy buen entendimiento,criado casi toda su vida en la Corte y con el regalo de sus ricos padres; ydesde ayer acá ha hecho tal mudanza, que engañó a sus criados y a sus amigos,defraudó las esperanzas que sus padres en él tenían; dejó el camino de Flandes,donde había de ejercitar el valor de su persona y acrecentar la honra de sulinaje, y se vino a postrarse a los pies de una muchacha, y a ser su lacayo;que, puesto que hermosísima, en fin, era gitana: privilegio de la hermosura,que trae al redopelo y por la melena a sus pies a la voluntad más esenta.
De allí a cuatrodías llegaron a una aldea dos leguas de Toledo, donde asentaron su aduar, dandoprimero algunas prendas de plata al alcalde del pueblo, en fianzas de que en élni en todo su término no hurtarían ninguna cosa. Hecho esto, todas las gitanasviejas, y algunas mozas, y los gitanos, se esparcieron por todos los lugares,o, a lo menos, apartados por cuatro o cinco leguas de aquel donde habíanasentado su real. Fue con ellos Andrés a tomar la primera lición de ladrón;pero, aunque le dieron muchas en aquella salida, ninguna se le asentó; antes,correspondiendo a su buena sangre, con cada hurto que sus maestros hacían se learrancaba a él el alma; y tal vez hubo que pagó de su dinero los hurtos que suscompañeros había hecho, conmovido de las lágrimas de sus dueños; de lo cual losgitanos se desesperaban, diciéndole que era contravenir a sus estatutos yordenanzas, que prohibían la entrada a la caridad en sus pechos, la cual, en teniéndola,habían de dejar de ser ladrones, cosa que no les estaba bien en ninguna manera.
Viendo, pues,esto Andrés, dijo que él quería hurtar por sí solo, sin ir en compañía denadie; porque para huir del peligro tenía ligereza, y para cometelle no le faltabael ánimo; así que, el premio o el castigo de lo que hurtase quería que fuesesuyo.
Procuraron losgitanos disuadirle deste propósito, diciéndole que le podrían suceder ocasionesdonde fuese necesaria la compañía, así para acometer como para defenderse, yque una persona sola no podía hacer grandes presas. Pero, por más que dijeron,Andrés quiso ser ladrón solo y señero, con intención de apartarse de lacuadrilla y comprar por su dinero alguna cosa que pudiese decir que la habíahurtado, y deste modo cargar lo que menos pudiese sobre su conciencia.
Usando, pues,desta industria, en menos de un mes trujo más provecho a la compañía quetrujeron cuatro de los más estirados ladrones della; de que no poco se holgabaPreciosa, viendo a su tierno amante tan lindo y tan despejado ladrón. Pero, contodo eso, estaba temerosa de alguna desgracia; que no quisiera ella verle enafrenta por todo el tesoro de Venecia, obligada a tenerle aquella buenavoluntad [por] los muchos servicios y regalos que su Andrés le hacía.
Poco más de unmes se estuvieron en los términos de Toledo, donde hicieron su agosto, aunqueera por el mes de setiembre, y desde allí se entraron en Estremadura, por sertierra rica y caliente. Pasaba Andrés con Preciosa honestos, discretos yenamorados coloquios, y ella poco a poco se iba enamorando de la discreción ybuen trato de su amante; y él, del mismo modo, si pudiera crecer su amor, fueracreciendo: tal era la honestidad, discreción y belleza de su Preciosa. Adoquiera que llegaban, él se llevaba el precio y las apuestas de corredor y desaltar más que ninguno; jugaba a los bolos y a la pelota estremadamente; tirabala barra con mucha fuerza y singular destreza. Finalmente, en poco tiempo volósu fama por toda Estremadura, y no había lugar donde no se hablase de lagallarda disposición del gitano Andrés Caballero y de sus gracias yhabilidades; y al par desta fama corría la de la hermosura de la gitanilla, yno había villa, lugar ni aldea donde no los llamasen para regocijar las fiestasvotivas suyas, o para otros particulares regocijos. Desta manera, iba el aduarrico, próspero y contento, y los amantes gozosos con sólo mirarse.
Sucedió, pues,que, teniendo el aduar entre unas encinas, algo apartado del camino real,oyeron una noche, casi a la mitad della, ladrar sus perros con mucho ahínco ymás de lo que acostumbraban; salieron algunos gitanos, y con ellos Andrés, aver a quién ladraban, y vieron que se defendía dellos un hombre vestido deblanco, a quien tenían dos perros asido de una pierna; llegaron y quitáronle, yuno de los gitanos le dijo:
¿Quiéndiablos os trujo por aquí, hombre, a tales horas y tan fuera de camino? ¿Venísa hurtar por ventura? Porque en verdad que habéis llegado a buen puerto.
No vengo ahurtar respondió el mordido, ni sé si vengo o no fuera de camino, aunque bienveo que vengo descaminado. Pero decidme, señores, ¿está por aquí alguna venta olugar donde pueda recogerme esta noche y curarme de las heridas que vuestrosperros me han hecho?
No haylugar ni venta donde podamos encaminaros respondió Andrés; mas, para curarvuestras heridas y alojaros esta noche, no os faltará comodidad en nuestrosranchos. Veníos con nosotros, que, aunque somos gitanos, no lo parecemos en lacaridad.
Dios lause con vosotros respondió el hombre; y llevadme donde quisiéredes, que eldolor desta pierna me fatiga mucho.
Llegóse a élAndrés y otro gitano caritativo (que aun entre los demonios hay unos peores queotros, y entre muchos malos hombres suele haber algún bueno), y entre los dosle llevaron. Hacía la noche clara con la luna, de manera que pudieron ver queel hombre era mozo de gentil rostro y talle; venía vestido todo de lienzoblanco, y atravesada por las espaldas y ceñida a los pechos una como camisa otalega de lienzo. Llegaron a la barraca o toldo de Andrés, y con prestezaencendieron lumbre y luz, y acudió luego la abuela de Preciosa a curar elherido, de quien ya le habían dado cuenta. Tomó algunos pelos de los perros,friólos en aceite, y, lavando primero con vino dos mordeduras que tenía en lapierna izquierda, le puso los pelos con el aceite en ellas y encima un poco deromero verde mascado; lióselo muy bien con paños limpios y santiguóle lasheridas y díjole:
Dormid,amigo, que, con el ayuda de Dios, no será nada.
En tanto quecuraban al herido, estaba Preciosa delante, y estúvole mirando ahincadamente, ylo mismo hacía él a ella, de modo que Andrés echó de ver en la atención con queel mozo la miraba; pero echólo a que la mucha hermosura de Preciosa se llevabatras sí los ojos. En resolución, después de curado el mozo, le dejaron solosobre un lecho hecho de heno seco, y por entonces no quisieron preguntarle nadade su camino ni de otra cosa.
Apenas seapartaron dél, cuando Preciosa llamó a Andrés aparte y le dijo:
¿Acuérdaste,Andrés, de un papel que se me cayó en tu casa cuando bailaba con miscompañeras, que, según creo, te dio un mal rato?
Sí acuerdorespondió Andrés, y era un soneto en tu alabanza, y no malo.
Pues hasde saber, Andrés replicó Preciosa, que el que hizo aquel soneto es ese mozomordido que dejamos en la choza; y en ninguna manera me engaño, porque me hablóen Madrid dos o tres veces, y aun me dio un romance muy bueno. Allí andaba, a mi parecer, como paje; mas no de los ordinarios, sinode los favorecidos de algún príncipe; y en verdad te digo, Andrés, que el mozoes discreto, y bien razonado, y sobremanera honesto, y no sé qué pueda imaginardesta su venida y en tal traje.
¿Qué puedes imaginar, Preciosa? respondióAndrés. Ninguna otra cosa sino que la misma fuerza que a mí me ha hecho gitanole ha hecho a él parecer molinero y venir a buscarte. ¡Ah, Preciosa, Preciosa,y cómo se va descubriendo que te quieres preciar de tener más de un rendido! Ysi esto es así, acábame a mí primero y luego matarás a este otro, y no quierassacrificarnos juntos en las aras de tu engaño, por no decir de tu belleza.
¡Válame Dios respondió Preciosa, Andrés,y cuán delicado andas, y cuán de un sotil cabello tienes colgadas tusesperanzas y mi crédito, pues con tanta facilidad te ha penetrado el alma ladura espada de los celos! Dime, Andrés: si en esto hubiera artificio o engañoalguno, ¿no supiera yo callar y encubrir quién era este mozo? ¿Soy tan necia,por ventura, que te había de dar ocasión de poner en duda mi bondad y buentérmino? Calla, Andrés, por tu vida, y mañana procura sacar del pecho deste tuasombro [preguntándole] adónde va, o a lo que viene. Podría ser que estuvieseengañada tu sospecha, como yo no lo estoy de que sea el que he dicho. Y, paramás satisfación tuya, pues ya he llegado a términos de satisfacerte, decualquiera manera y con cualquiera intención que ese mozo venga, despídeleluego y haz que se vaya, pues todos los de nuestra parcialidad te obedecen, yno habrá ninguno que contra tu voluntad le quiera dar acogida en su rancho; y,cuando esto así no suceda, yo te doy mi palabra de no salir del mío, ni dejarmever de sus ojos, ni de todos aquellos que tú quisieres que no me vean. Mira,Andrés, no me pesa a mí de verte celoso, pero pesarme ha mucho si te veoindiscreto.
Como no me veas loco, Preciosa respondióAndrés, cualquiera otra demonstración será poca o ninguna para dar a entenderadónde llega y cuánto fatiga la amarga y dura presunción de los celos. Pero,con todo eso, yo haré lo que me mandas, y sabré, si es que es posible, qué eslo que este señor paje poeta quiere, dónde va, o qué es lo que busca; quepodría ser que por algún hilo que sin cuidado muestre, sacase yo todo el ovillocon que temo viene a enredarme.
Nunca los celos, a lo que imagino dijoPreciosa, dejan el entendimiento libre para que pueda juzgar las cosas comoellas son. Siempre miran los celosos con antojos de allende, que hacen lascosas pequeñas, grandes; los enanos, gigantes, y las sospechas, verdades. Porvida tuya y por la mía, Andrés, que procedas en esto, y en todo lo que tocare anuestros conciertos, cuerda y discretamente; que si así lo hicieres, sé que mehas de conceder la palma de honesta y recatada, y de verdadera en todo estremo.
Con esto se despidió de Andrés, y él sequedó esperando el día para tomar la confesión al herido, llena de turbación elalma y de mil contrarias imaginaciones. No podía creer sino que aquel pajehabía venido allí atraído de la hermosura de Preciosa; porque piensa el ladrónque todos son de su condición. Por otra parte, la satisfación que Preciosa lehabía dado le parecía ser de tanta fuerza, que le obligaba a vivir seguro y adejar en las manos de su bondad toda su ventura.
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