La gitanilla 03_Miguel de Cervantes Saavedra(塞万提斯《吉普赛姑娘》 03)

La gitanilla 03_Miguel de Cervantes Saavedra(塞万提斯《吉普赛姑娘》 03)

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(Sección 3)

 

Ya tenía aviso laseñora doña Clara, mujer del señor teniente, cómo habían de ir a su casa lasgitanillas, y estábalas esperando como el agua de mayo ella y sus doncellas ydueñas, con las de otra señora vecina suya, que todas se juntaron para ver aPreciosa. Y apenas hubieron entrado las gitanas, cuando entre las demásresplandeció Preciosa como la luz de una antorcha entre otras luces menores. Yasí, corrieron todas a ella: unas la abrazaban, otras la miraban, éstas labendecían, aquéllas la alababan. Doña Clara decía:

­¡Éste síque se puede decir cabello de oro! ¡Éstos sí que son ojos de esmeraldas!

La señora suvecina la desmenuzaba toda, y hacía pepitoria de todos sus miembros ycoyunturas. Y, llegando a alabar un pequeño hoyo que Preciosa tenía en labarba, dijo:

­¡Ay, quéhoyo! En este hoyo han de tropezar cuantos ojos le miraren.

Oyó esto unescudero de brazo de la señora doña Clara, que allí estaba, de luenga barba ylargos años, y dijo:

­¿Ése llamavuesa merced hoyo, señora mía? Pues yo sé poco de hoyos, o ése no es hoyo, sinosepultura de deseos vivos. ¡Por Dios, tan linda es la gitanilla que hecha deplata o de alcorza no podría ser mejor! ¿Sabes decir la buenaventura, niña?

­De tres ocuatro maneras ­respondió Preciosa.

­¿Y esomás? ­dijo doña Clara­. Por vida del tiniente, mi señor, que me la has dedecir, niña de oro, y niña de plata, y niña de perlas, y niña de carbuncos, yniña del cielo, que es lo más que puedo decir.

­Denle,denle la palma de la mano a la niña, y con qué haga la cruz ­dijo la vieja­, yverán qué de cosas les dice; que sabe más que un doctor de melecina.

Echó mano a lafaldriquera la señora tenienta, y halló que no tenía blanca. Pidió un cuarto asus criadas, y ninguna le tuvo, ni la señora vecina tampoco. Lo cual visto porPreciosa, dijo:

­Todas lascruces, en cuanto cruces, son buenas; pero las de plata o de oro son mejores; yel señalar la cruz en la palma de la mano con moneda de cobre, sepan vuesasmercedes que menoscaba la buenaventura, a lo menos la mía; y así, tengo aficióna hacer la cruz primera con algún escudo de oro, o con algún real de a ocho, o,por lo menos, de a cuatro, que soy como los sacristanes: que cuando hay buenaofrenda, se regocijan.

­Donairetienes, niña, por tu vida ­dijo la señora vecina.

Y, volviéndose alescudero, le dijo:

­Vos, señorContreras, ¿tendréis a mano algún real de a cuatro? Dádmele, que, en viniendoel doctor, mi marido, os le volveré.

­Sí tengo­respondió Contreras­, pero téngole empeñado en veinte y dos maravedís que cenéanoche. Dénmelos, que yo iré por él en volandas.

­No tenemosentre todas un cuarto ­dijo doña Clara­, ¿y pedís veinte y dos maravedís?Andad, Contreras, que siempre fuistes impertinente.

Una doncella delas presentes, viendo la esterilidad de la casa, dijo a Preciosa:

­Niña,¿hará algo al caso que se haga la cruz con un dedal de plata?

­Antes­respondió Preciosa­, se hacen las cruces mejores del mundo con dedales deplata, como sean muchos.

­Uno tengoyo ­replicó la doncella­; si éste basta, hele aquí, con condición que tambiénse me ha de decir a mí la buenaventura.

­¿Por undedal tantas buenasventuras? ­dijo la gitana vieja­. Nieta, acaba presto, quese hace noche.

Tomó Preciosa eldedal y la mano de la señora tenienta, y dijo:

­Hermosita,hermosita,

la de las manosde plata,

más te quiere tumarido

que el Rey de lasAlpujarras.

Eres paloma sinhiel,

pero a veces eresbrava

como leona deOrán,

o como tigre deOcaña.

Pero en un tras,en un tris,

el enojo se tepasa,

y quedas comoalfinique,

o como corderamansa.

Riñes mucho ycomes poco:

algo celositaandas;

que es juguetónel tiniente,

y quiere arrimarla vara.

Cuando doncella,te quiso

uno de una buenacara;

que mal hayan losterceros,

que los gustosdesbaratan.

Si a dicha túfueras monja,

hoy tu conventomandaras,

porque tienes deabadesa

más decuatrocientas rayas.

No te lo quierodecir...;

pero pocoimporta, vaya:

enviudarás, yotra vez,

y otras dos,serás casada.

No llores, señoramía;

que no siemprelas gitanas

decimos elEvangelio;

no llores,señora, acaba.

Como te muerasprimero

que el señortiniente, basta

para remediar eldaño

de la viudez queamenaza.

Has de heredar, ymuy presto,

hacienda en muchaabundancia;

tendrás un hijocanónigo,

la iglesia no seseñala;

de Toledo no esposible.

Una hija rubia yblanca

tendrás, que sies religiosa,

también vendrá aser perlada.

Si tu esposo nose muere

dentro de cuatrosemanas,

veráslecorregidor

de Burgos oSalamanca.

Un lunar tienes,¡qué lindo!

¡Ay Jesús,qué luna clara!

¡Qué sol,que allá en los antípodas

escuros vallesaclara!

Más de dos ciegospor verle

dieran más decuatro blancas.

¡Agora síes la risica!

¡Ay, quebien haya esa gracia!

Guárdate de lascaídas,

principalmente deespaldas,

que suelen serpeligrosas

en lasprincipales damas.

Cosas hay más quedecirte;

si para elviernes me aguardas,

las oirás, queson de gusto,

y algunas hay dedesgracias.

 

Acabó subuenaventura Preciosa, y con ella encendió el deseo de todas las circunstantesen querer saber la suya; y así se lo rogaron todas, pero ella las remitió parael viernes venidero, prometiéndole que tendrían reales de plata para hacer lascruces.

En esto vino elseñor tiniente, a quien contaron maravillas de la gitanilla; él las hizo bailarun poco, y confirmó por verdaderas y bien dadas las alabanzas que a Preciosahabían dado; y, poniendo la mano en la faldriquera, hizo señal de querer darlealgo, y, habiéndola espulgado, y sacudido, y rascado muchas veces, al cabo sacóla mano vacía y dijo:

­¡Por Dios,que no tengo blanca! Dadle vos, doña Clara, un real a Preciosica, que yo os ledaré después.

­¡Bueno eseso, señor, por cierto! ¡Sí, ahí está el real de manifiesto! No hemos tenidoentre todas nosotras un cuarto para hacer la señal de la cruz, ¿y quiere quetengamos un real?

­Pues dadlealguna valoncica vuestra, o alguna cosita; que otro día nos volverá a verPreciosa, y la regalaremos mejor.

A lo cual dijodoña Clara:

­Pues,porque otra vez venga, no quiero dar nada ahora a Preciosa.

­Antes, sino me dan nada ­dijo Preciosa­, nunca más volveré acá. Mas sí volveré, a servira tan principales señores, pero trairé tragado que no me han de dar nada, yahorraréme la fatiga del esperallo. Coheche vuesa merced, señor tiniente;coheche y tendrá dineros, y no haga usos nuevos, quemorirá de hambre. Mire, señora: por ahí he oído decir (y, aunque moza, entiendoque no son buenos dichos) que de los oficios se ha de sacar dineros para pagarlas condenaciones de las residencias y para pretender otros cargos.

­Así lodicen y lo hacen los desalmados ­replicó el teniente­, pero el juez que dabuena residencia no tendrá que pagar condenación alguna, y el haber usado biensu oficio será el valedor para que le den otro.

­Hablavuesa merced muy a lo santo, señor teniente ­respondió Preciosa­; ándese a esoy cortarémosle de los harapos para reliquias.

­Muchosabes, Preciosa ­dijo el tiniente­. Calla, que yo daré traza que sus Majestadeste vean, porque eres pieza de reyes.

­Querránmepara truhana ­respondió Preciosa­, y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido. Sime quisiesen para discreta, aún llevarme hían, pero en algunos palacios másmedran los truhanes que los discretos. Yo me hallo bien con ser gitana y pobre,y corra la suerte por donde el cielo quisiere.

­Ea, niña­dijo la gitana vieja­, no hables más, que has hablado mucho, y sabes más de loque yo te he enseñado. No te asotiles tanto, que te despuntarás; habla deaquello que tus años permiten, y no te metas en altanerías, que no hay ningunaque no amenace caída.

­¡El diablotienen estas gitanas en el cuerpo! ­dijo a esta sazón el tiniente.

Despidiéronse lasgitanas, y, al irse, dijo la doncella del dedal:

­Preciosa,dime la buenaventura, o vuélveme mi dedal, que no me queda con qué hacer labor.

­Señoradoncella ­respondió Preciosa­, haga cuenta que se la he dicho y provéase deotro dedal, o no haga vainillas hasta el viernes, que yo volveré y le diré más venturasy aventuras que las que tiene un libro de caballerías.

Fuéronse yjuntáronse con las muchas labradoras que a la hora de las avemarías suelensalir de Madrid para volverse a sus aldeas; y entre otras vuelven muchas, conquien siempre se acompañaban las gitanas, y volvían seguras; porque la gitanavieja vivía en continuo temor no le salteasen a su Preciosa.

Sucedió, pues,que la mañana de un día que volvían a Madrid a coger la garrama con las demásgitanillas, en un valle pequeño que está obra de quinientos pasos antes que sellegue a la villa, vieron un mancebo gallardo y ricamente aderezado de camino.La espada y daga que traía eran, como decirse suele, una ascua de oro; sombrerocon rico cintillo y con plumas de diversas colores adornado. Repararon lasgitanas en viéndole, y pusiéronsele a mirar muy de espacio, admiradas de que atales horas un tan hermoso mancebo estuviese en tal lugar, a pie y solo.

Él se llegó aellas, y, hablando con la gitana mayor, le dijo:

­Por vidavuestra, amiga, que me hagáis placer que vos y Preciosa me oyáis aquí apartedos palabras, que serán de vuestro provecho.

­Como nonos desviemos mucho, ni nos tardemos mucho, sea en buen hora ­respondió lavieja.

Y, llamando aPreciosa, se desviaron de las otras obra de veinte pasos; y así, en pie, comoestaban, el mancebo les dijo:

­Yo vengode manera rendido a la discreción y belleza de Preciosa, que después de habermehecho mucha fuerza para escusar llegar a este punto, al cabo he quedado másrendido y más imposibilitado de escusallo. Yo, señoras mías (que siempre os hede dar este nombre, si el cielo mi pretensión favorece), soy caballero, como lopuede mostrar este hábito ­y, apartando el herreruelo, descubrió en el pechouno de los más calificados que hay en España­; soy hijo de Fulano ­que porbuenos respectos aquí no se declara su nombre­; estoy debajo de su tutela yamparo, soy hijo único, y el que espera un razonable mayorazgo. Mi padre estáaquí en la Corte pretendiendo un cargo, y ya está consultado, y tiene casi ciertasesperanzas de salir con él. Y, con ser de la calidad y nobleza que os hereferido, y de la que casi se os debe ya de ir trasluciendo, con todo eso,quisiera ser un gran señor para levantar a mi grandeza la humildad de Preciosa,haciéndola mi igual y mi señora. Yo no la pretendo para burlalla, ni en lasveras del amor que la tengo puede caber género de burla alguna; sólo quieroservirla del modo que ella más gustare: su voluntad es la mía. Para con ella esde cera mi alma, donde podrá imprimir lo que quisiere; y para conservarlo yguardarlo no será como impreso en cera, sino como esculpido en mármoles, cuyadureza se opone a la duración de los tiempos. Si creéis esta verdad, noadmitirá ningún desmayo mi esperanza; pero si no me creéis, siempre me tendrátemeroso vuestra duda. Mi nombre es éste ­y díjosele­; el de mi padre ya os lehe dicho. La casa donde vive es en tal calle, y tiene tales y tales señas;vecinos tiene de quien podréis informaros, y aun de los que no son vecinostambién, que no es tan escura la calidad y el nombre de mi padre y el mío, queno le sepan en los patios de palacio, y aun en toda la Corte. Cien escudostraigo aquí en oro para daros en arra y señal de lo que pienso daros, porque noha de negar la hacienda el que da el alma.

En tanto que elcaballero esto decía, le estaba mirando Preciosa atentamente, y sin duda que nole debieron de parecer mal ni sus razones ni su talle; y, volviéndose a lavieja, le dijo:

­Perdóneme,abuela, de que me tomo licencia para responder a este tan enamorado señor.

­Respondelo que quisieres, nieta ­respondió la vieja­, que yo sé que tienes discreciónpara todo.

Y Preciosa dijo:

­Yo, señorcaballero, aunque soy gitana pobre y humildemente nacida, tengo un ciertoespiritillo fantástico acá dentro, que a grandes cosas me lleva. A mí ni memueven promesas, ni me desmoronan dádivas, ni me inclinan sumisiones, ni meespantan finezas enamoradas; y, aunque de quince años (que, según la cuenta demi abuela, para este San Miguel los haré), soy ya vieja en los pensamientos yalcanzo más de aquello que mi edad promete, más por mi buen natural que por laesperiencia. Pero, con lo uno o con lo otro, sé que las pasiones amorosas enlos recién enamorados son como ímpetus indiscretos que hacen salir a lavoluntad de sus quicios; la cual, atropellando inconvenientes, desatinadamentese arroja tras su deseo, y, pensando dar con la gloria de sus ojos, da con elinfierno de sus pesadumbres. Si alcanza lo que desea, mengua el deseo con laposesión de la cosa deseada, y quizá, abriéndose entonces los ojos delentendimiento, se vee ser bien que se aborrezca lo que antes se adoraba. Estetemor engendra en mí un recato tal, que ningunas palabrascreo y de muchas obras dudo. Una sola joya tengo, que la estimo en más que a lavida, que es la de mi entereza y virginidad, y no la tengo de vender a preciode promesas ni dádivas, porque, en fin, será vendida, y si puede ser comprada,será de muy poca estima; ni me la han de llevar trazas ni embelecos: antespienso irme con ella a la sepultura, y quizá al cielo, que ponerla en peligroque quimeras y fantasías soñadas la embistan o manoseen. Flor es la de lavirginidad que, a ser posible, aun con la imaginación no había de dejarofenderse. Cortada la rosa del rosal, ¡con qué brevedad y facilidad semarchita! Éste la toca, aquél la huele, el otrola deshoja, y, finalmente, entre las manos rústicas se deshace. Si vos, señor,por sola esta prenda venís, no la habéis de llevar sino atada con las ligadurasy lazos del matrimonio; que si la virginidad se ha de inclinar, ha de ser aeste santo yugo, que entonces no sería perderla, sino emplearla en ferias quefelices ganancias prometen. Si quisiéredes ser mi esposo, yo lo seré vuestra,pero han de preceder muchas condiciones y averiguaciones primero. Primero tengode saber si sois el que decís; luego, hallando esta verdad, habéis de dejar lacasa de vuestros padres y la habéis de trocar con nuestros ranchos; y, tomandoel traje de gitano, habéis de cursar dos años en nuestras escuelas, en el cualtiempo me satisfaré yo de vuestra condición, y vos de la mía; al cabo del cual,si vos os contentáredes de mí, y yo de vos, me entregaré por vuestra esposa;pero hasta entonces tengo de ser vuestra hermana en el trato, y vuestra humildeen serviros. Y habéis de considerar que en el tiempo deste noviciado podría serque cobrásedes la vista, que ahora debéis de tener perdida, o, por lo menos,turbada, y viésedes que os convenía huir de lo que ahora seguís con tantoahínco. Y, cobrando la libertad perdida, con un buen arrepentimiento se perdonacualquier culpa. Si con estas condiciones queréis entrar a ser soldado denuestra milicia, en vuestra mano está, pues, faltando alguna dellas, no habéisde tocar un dedo de la mía.

Pasmóse el mozo a las razones de Preciosa,y púsose como embelesado, mirando al suelo, dando muestras que consideraba loque responder debía. Viendo lo cual Preciosa, tornó a decirle:

­No es este caso de tan poco momento, queen los que aquí nos ofrece el tiempo pueda ni deba resolverse. Volveos, señor,a la villa, y considerad de espacio lo que viéredes que más os convenga, y eneste mismo lugar me podéis hablar todas las fiestas que quisiéredes, al ir ovenir de Madrid.

A lo cual respondió el gentilhombre:

­Cuando el cielo me dispuso para quererte,Preciosa mía, determiné de hacer por ti cuanto tu voluntad acertase a pedirme,aunque nunca cupo en mi pensamiento que me habías de pedir lo que me pides;pero, pues es tu gusto que el mío al tuyo se ajuste y acomode, cuéntame porgitano desde luego, y haz de mí todas las esperiencias que más quisieres; quesiempre me has de hallar el mismo que ahora te significo. Mira cuándo quieresque mude el traje, que yo querría que fuese luego; que, con ocasión de ir aFlandes, engañaré a mis padres y sacaré dineros para gastar algunos días, yserán hasta ocho los que podré tardar en acomodar mi partida. A los que fuerenconmigo yo los sabré engañar de modo que salga con mi determinación. Lo que tepido es (si es que ya puedo tener atrevimiento de pedirte y suplicarte algo)que, si no es hoy, donde te puedes informar de mi calidad y de la de mispadres, que no vayas más a Madrid; porque no querría que algunas de lasdemasiadas ocasiones que allí pueden ofrecerse me saltease la buena ventura quetanto me cuesta.

­Eso no, señor galán ­respondió Preciosa­:sepa que conmigo ha de andar siempre la libertad desenfadada, sin que la ahogueni turbe la pesadumbre de los celos; y entienda que no la tomaré tan demasiada,que no se eche de ver desde bien lejos que llega mi honestidad a midesenvoltura; y en el primero cargo en que quiero estaros es en el de laconfianza que habéis de hacer de mí. Y mirad que los amantes que entranpidiendo celos, o son simples o confiados.

­Satanás tienes en tu pecho, muchacha ­dijoa esta sazón la gitana vieja­: ¡mira que dices cosas que no las diría uncolegial de Salamanca! Tú sabes de amor, tú sabes de celos, tú de confianzas:¿cómo es esto?, que me tienes loca, y te estoy escuchando como a una personaespiritada, que habla latín sin saberlo.

­Calle, abuela ­respondió Preciosa­, y sepaque todas las cosas que me oye son nonada, y son de burlas, para las muchas quede más veras me quedan en el pecho.

Todo cuanto Preciosa decía y toda ladiscreción que mostraba era añadir leña al fuego que ardía en el pecho delenamorado caballero. Finalmente, quedaron en que de allí a ocho días se veríanen aquel mismo lugar, donde él vendría a dar cuenta del término en que sus negociosestaban, y ellas habrían tenido tiempo de informarse de la verdad que les habíadicho. Sacó el mozo una bolsilla de brocado, donde dijo que iban cien escudosde oro, y dióselos a la vieja; pero no quería Preciosa que los tomase enninguna manera, a quien la gitana dijo:

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